jueves, 16 de diciembre de 2010

Luna de Soldati

Silvana Melo
 

Apenas un encendedor corta la oscuridad. Una luna flaquita, en creciente, no aporta mucho para que ella tenga alguna certeza de que las sombras que van y vienen, las corridas y los tiros no vayan a rozar a sus criaturas. Las sostiene entre los brazos, las manos como tenazas. No tiene leche para darles. Y sabe que en cualquier momento deberá correr, con la traba de sus polleras, y cargarlas como se pueda. No sabe de quiénes tiene que huir. Pero deberá correr. Con la angustia de que no habrá una casa donde entrar y cerrar con llave y resguardarse en un calorcito que es propio.

Esa noche hubo muertos. Ella vivía entre cuatro chapas alquiladas en la Villa 20 y le dijeron que loteaban el Parque Indoamericano. Si al final era un basural. Un depósito de autos viejos. Un pastizal de ratas y mosquerío. Si loteaban había que estar, elegir un lugar y sentarse a esperar. Llevarse una lona y armarse un techito, hasta que empezaran a construir. Nadie tiene casa por ahí. Había que apurarse.

No sabe qué pasó de pronto. Cuando aparecieron las hordas armadas. Cuando la policía empezó a tirar desde el puente. Y cayó el marido de su vecina. Y la mujer que vivía cerca de su casilla. Y ella corrió, corrió con sus cachorros alzados y tapadas las caritas con sus manos que parecían veinte manos pero eran dos, sólo dos para cuidarlos de las piedras y las balas.

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