Fue un 13 de septiembre de 2009. En un pequeño pueblo catalán llamado Arenys de Munt, con poco más de 6 mil habitantes, su ayuntamiento convocaba a los vecinos para que votaran respecto a una pregunta muy concreta. “¿Está de acuerdo en que Cataluña pase a ser un Estado de derecho, independiente, democrático y social, integrado en la Unión Europea?”. Los medios de comunicación españoles se echaban las manos a la cabeza con epítetos de “consulta ilegal”, “inconstitucional”, “subversiva”. Votaron poco más de 2 mil 700 personas, y 2 mil 500 dijeron que sí. Estos comicios simbólicos, inconscientemente, dieron paso a un movimiento a lo largo y ancho de las 40 comarcas catalanas, por el derecho de autodeterminación del pueblo catalán. Querían votar y decidir respecto a su territorio. No había vuelta atrás.
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