La vida sólo se desarrolla saludablemente en la medida en que se equilibra el ego con el nosotros, la competición con la cooperación.
La crisis económico-financiera, previsible e inevitable, remite a una crisis más profunda. Se trata de una crisis de humanidad. Faltaron rasgos de humanidad mínimos en el proyecto neoliberal y en la economía de mercado sin los cuales ninguna institución a mediano y largo plazo se mantiene en pie: la confianza y la verdad. La economía presupone la confianza de que los impulsos electrónicos que mueven los papeles y los contratos tengan lastre y no sean mera materia virtual, por lo tanto ficticia. Presupone además la verdad de que los procedimientos se hagan según reglas observadas por todos. Ocurre que en el neoliberalismo y en los mercados, especialmente a partir de la era Thatcher y Reagan, predominó la financiarización de los capitales. El capital financiero-especulativo es del orden de 167 billones de dólares, mientras que el capital real empleado en los procesos productivos gira en torno a los 48 billones de dólares anuales. Aquél deliraba especulando en las bolsas, dinero haciendo dinero, sin control, apenas regido por la voracidad del mercado. Por su naturaleza, la especulación comporta siempre alto riesgo y viene sometida a desvíos sistémicos: a la ganancia de ganar más y más por todos los medios posibles.
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