(APe).- Todos sabemos que el hambre es una sensación que nos alerta sobre la necesidad de ingerir alimentos, que nos permitan sostener no solo nuestra existencia física sino también espiritual, porque el deseo de comer es tan prioritario que ante él desaparecen todos los valores morales y su persistencia puede inducir a violar toda norma y a cometer hasta el más luctuoso de los delitos.
Pero no me voy a referir al hambre individual, como manifestación física sino a esa generalización que alcanza a cada vez más importantes grupos de población y que ha merecido el calificativo de “Crimen”. Y en tal sentido quisiera reflexionar sobre las causas que llevan a la sociedad a cometer ese flagrante delito que ninguna autoridad, ninguna justicia manda como correspondería al banquillo de los acusados. Suele suceder en cambio que se condena a la víctima y no al victimario, diluyéndose el delito en responsabilidades difusas que nadie pareciera estar dispuesto a asumir.
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