Rafael Fernando Navarro
Venía la madrugada a las plazas de los pueblos. Todavía con estrellas. Con luna todavía. Corros de hombres alrededor del oscuro dolor de inmigración. Furgonetas de grupo en grupo exigiendo papeles que legalizan la pena. Alguien que se lamenta: a nadie le importa mi hambre. Sólo importan los papeles. No he podido dormir porque no tengo donde reclinar la cabeza. Pero sólo importan mis papeles. Tengo una mujer enferma, un niño sin papilla. Pero sólo importan los papeles. Y se dedica a llorar contra una pared. Llanto de impotencia, pero humano. De rendición, pero humano. De desesperación, pero humano.
Todos y todas hemos pasado, indiferentes -cuando no malhumorados- junto a algún inmigrante, junto a su dolor y junto a su hambre. Y lo justificamos -o tratamos- y nos atrevemos a creernos buenos. Cuando lo pensamos, no podemos ni perdonarnos nosotros mismos, y junto al próximo inmigrante, ojalá nos acordemos y al menos le dediquemos una sonrisa y una mano abierta en hermandad.
ResponderEliminarMari Ceci