José Comblin
La democracia está en crisis en el mundo entero, en primer lugar en Europa y en los EEUU. Es un clamor universal. En América Latina también, aunque las manifestaciones puedan ser un poco diferentes.
Para nosotros cristianos, esta crisis no nos sorprende tanto, porque el concepto de democracia en el mundo occidental siempre nos pareció superficial y destinado a ocultar un problema mucho más fundamental. El concepto de democracia pertenece al universo cultural de la modernidad. Ésta se inspira en la filosofía y en la política de la antigua Grecia.
El problema griego era saber cuál sería el mejor sistema para ordenar la ciudad: si las decisiones debieran ser tomadas por uno solo, el rey, o por un aristócrata, o por todos los ciudadanos. De todos modos, los esclavos los extranjeros y las mujeres no participaban, porque no eran ciudadanos, lo que significaba que, aun en la democracia, solo una pequeña minoría participaba en las decisiones. Los sin poder no participaban.
En la tradición cristiana, por el contrario, la cuestión fundamental, es precisamente qué pasa con los que no tienen poder, el punto de partida no es la reflexión sobre el modo de gobernar que sea más eficaz, sino el hecho social básico de la dominación de la muchedumbre de los sin poder por las minorías que tienen todo el poder, aunque la distribución pueda ser variable.
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