Ha pasado tiempo ya desde aquella lamentable respuesta que dio el Papa Juan Pablo II a Monseñor Romero cuando le informó de los crímenes que el gobierno de su país con la colaboración del de EEUU estaba perpetrando entre quienes luchaban por una sociedad más justa: «Usted exagera, Monseñor. Regrese a su país y ocúpese en mantener buenas relaciones con su gobierno». No exageraba; lo dejó claro su asesinato al cabo de pocos días.
De entonces acá las “buenas relaciones” entre la jerarquía eclesiástica católica romana y los gobiernos asesinos no han cambiado. A las fotos con los sanguinarios dictadores de América Latina hemos añadido las recientes con Bush, tanto de JPII como de Benedicto XVI y para no perder comba las que si no lo impiden los servicios de prensa vaticanos puedan surgir ahora de su encuentro con Uribe, otro de los grandes criminales del presente. ¿Qué más le puede hacer falta a la gente católica para que se le caiga la cara de vergüenza?
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