La lucha de clases es una actividad que se libra en dos sentidos: mientras que los trabajadores y otras clases explotadas luchan desde abajo, las clases gobernantes y sus Estados entablan la lucha de clases desde arriba para incrementar sus beneficios, la productividad y el poder.
En los estancados países imperiales «desarrollados», el Estado se ha dedicado a descargar la totalidad del coste de la «recuperación» sobre las espaldas de los trabajadores y los empleados públicos a base de reducir puestos de trabajo, salarios y prestaciones sociales, mientras los banqueros y las élites empresariales se enriquecen. Estados Unidos, Inglaterra y Francia han sido testigos de una punzante ofensiva de clase desde arriba que, ante la débil oposición de unos aparatos sindicales menguados y burocratizados, ha invertido en buena medida el curso de muchas conquistas sociales anteriores de los trabajadores. (4) En esencia, las luchas de los trabajadores son defensivas y tratan de limitar los retrocesos, pero carecen de la organización política para contraatacar las medidas presupuestarias reaccionarias que recortan los programas sociales y reducen los impuestos a los ricos, con lo que han ensanchado las desigualdades de clase.
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