Los hombres que ejecutaron a Bin Laden no actuaron por su cuenta: cumplían órdenes del Gobierno de Estados Unidos. Habían sido rigurosamente seleccionados y entrenados para misiones especiales. Se conoce que el Presidente de Estados Unidos puede, incluso, comunicarse con un soldado en combate.
Horas después de realizar la acción en la ciudad paquistaní de Abbottabad, sede de la más prestigiosa academia militar de ese país e importantes unidades de combate, la Casa Blanca ofreció a la opinión mundial una versión cuidadosamente elaborada sobre la muerte del jefe de Al Qaeda, Osama Bin Laden.
Como es lógico, la atención del mundo y la prensa internacional se centraron en el tema, desplazando las demás noticias de la esfera pública.
Las cadenas de televisión norteamericanas divulgaron el discurso esmeradamente elaborado del Presidente, y mostraron imágenes de la reacción pública.
Era obvio que el mundo se percataba de la delicadeza del asunto, ya que Pakistán es un país de 171 millones 841 mil habitantes -[donde Estados Unidos y la OTAN llevan a cabo una devastadora guerra que dura ya diez años]- poseedor de armamento nuclear y tradicional aliado de Estados Unidos.
Sin duda que el país musulmán no puede estar de acuerdo con la sangrienta guerra que Estados Unidos y sus aliados llevan a cabo contra Afganistán, otro país musulmán con el que comparte la complicada y montañosa frontera trazada por el imperio colonial inglés, donde tribus comunes viven a ambos lados de la línea divisoria.
La propia prensa de Estados Unidos comprendió que el Presidente ocultaba casi todo.
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