A Vicente Ferrer, muerto en la mañana en que escribo, se le apartó de su vocación jesuítica porque sus metas eran “sospechosas” Se condena a Manuel Torres Queiruga, a Häring, a Rhaner, a Congar, a los teólogos de la liberación, a Pedro Casaldáliga. A tantos y tantos en esta moderna, disimulada, imperceptible inquisición. Se confunde hipócritamente compromiso con marxismo. Se impone la resignación a los pobres. Se llenan los estómagos vacíos con bienaventuranzas deformadas. La felicidad de los miserables, de los que lloran, de los perseguidos se aplaza para otra vida. En ésta rige el derecho canónico, la riqueza y la comprensión hacia la opresión que ayuda a avanzar el mundo del dinero.
Pecado y delito. Felicidad y dolor. Dictadura y libertad. Sólo nos queda apostar por la alegría sin espadas ni cruces, resucitados para siempre, a hombros de la luz y la esperanza.
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A ellos les asiste un derecho divino del que nosotros no podemos entender nada. Por eso se atreven a decirnos que o que no hacer. Su moral cargada de hipòcresía es la única que tiene validez, los demás por descreidos además de esperarnos el infierno estamos equivocados y somos sectarios. Ya ves.
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