En Europa y en Estados Unidos un creciente número de personas responsabiliza a la inmigración por el incremento de la violencia. Aunque podemos pensar que la ilegalidad, la falta de goce de derechos civiles y la desesperación pueden llevar fácilmente a un individuo a la delincuencia, aún así parece que los ilegales se abstienen más del crimen que los ciudadanos. Como los estudios más serios demuestran con números que las olas inmigratorias no son las causas del incremento de la criminalidad sino que en muchos contextos tienen un efecto contrario, se argumenta que si no es la cantidad por lo menos es la calidad de los nuevos crímenes. Es posible que los medios de difusión jueguen un factor en la percepción de un horror antiguo, pero podemos aceptar que la violencia ha llegado o se mantiene en niveles intolerables para una sensibilidad civilizada —dejemos de lado que estos crímenes también son un fenómeno de la ciudad, de la civilización.
En América latina, como no se les puede echar la culpa a los antiguos inmigrantes, se le echa la culpa a la permisividad de los gobiernos. Así surge la tentación fácil de reclamar el regreso de las viejas dictaduras o, por lo menos, de sus viejos métodos.
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Los culpables son siempre otros, a ser posible más bajos en la escala social.
ResponderEliminarsalud.