España se echa a la calle a pasear laicicidad bajo palio y aconfesionalidad de azahares sevillanos.
La niña ha puesto en pie las opiniones. Todo el mundo se ha sentido en la obligación y el derecho de emitir un juicio. Una niña con velo es un puñado de nieve sometida. Para que nadie sienta la tentación de admirar su cuello de flor temprana o su cabello de sauce hermoso. Y las encuestas han dado un resultado mayoritario: no queremos el velo de la niña de Pozuelo. Se le han cerrado las puertas de la educación. Se ha dudado de su decisión personal, voluntaria, asumida. La calle se abrió de par en par para emitir su rechazo. La calle es laica, aconfesional por lo menos. Ministros, tertulianos, gente de corazón barato que opina sobre nuestra niña como si de belén-operada se tratara. La seda se le ha subido a la cabeza a España entera. La España de velos hasta ayer, de pañuelos negros hasta ayer, anudados al luto del hijo muerto, del marido fusilado en la cuneta, del hermano apuñalado en tantos puertos hurracos.
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