Ya éramos demócratas. Y republicanos. Alguien decidió ponerle límites a una república democrática y sacó la rebelión a la calle. No le importó la sangre. Muertos, los que hagan falta. Hay balas suficientes. Si no, se le piden a Mussolini, a Hitler. Pero que nadie repare en muertos. Los que sobren se tiran a las cunetas. Allí quedarán para siempre, aunque Garzón pretenda inútilmente devolverlos a la historia.
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