España huele con frecuencia a naftalina, a tiempo negro, a túnel oscuro sin salida. Los dictadores tienen siempre sentido de plenitud. Ellos solos llenan la historia, redimiendo el pasado, configurando el presente y comprometiendo el futuro. Por eso piensan que hay que destruir el ayer, someter el hoy y atar con nudo gordiano el mañana. Cercenan las relaciones internacionales porque se bastan a sí mismos y tienen el complejo de que lo exterior significa un ataque destructor. Sabemos mucho de esto los que teníamos que leer a Sastre, a Marcel y a los existencialistas en cualquier escapada al extranjero.
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