No otra cosa es lo que está intentando la embestida, del conjunto de fuerzas, policiales y militares brasileñas, al complejo “El Alemán” que comprende 16 favelas, esos compactos conglomerados de casuchas miserables apiñadas en los morros de un paisaje deslumbrante, adonde penosamente sobrevive una parte importante de la sociedad carioca.
Según algunos cálculos, no sé si existen datos precisos, son cerca de mil las favelas que según la definición del Plan Maestro de la Ciudad de Río de Janeiro, de 1992, son áreas predominantemente habitacionales, caracterizadas por la ocupación de la tierra por población de bajos ingresos, sin infraestructura urbana y de servicios públicos, vías estrechas y sin alineación, lotes de forma y tamaño irregular y construcciones edificadas casi exclusivamente por autoconstrucción con materiales de desecho y sin el menor respaldo legal.
Esta situación que comenzó a conformarse a fines del siglo XIX y comienzos del XX, hace ya por consiguiente más de un siglo, ha venido creciendo desde entonces desordenada y caóticamente hasta llegar a albergar alrededor de medio millón de personas (480.429 habitantes según el Censo del año 2000) que no cuentan con los servicios básicos pero que sí han visto construir en cambio en una de ellas, de acuerdo con los “modernos” métodos de exclusión, un muro de 650 m de longitud para aislarlas del área urbana “legal”.
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