Rafael Fernando Navarro
La muerte es vertical a la existencia. La llevamos clavada y nos crece por dentro. A orillas de la pena, de la alegría. A orillas de las manos, de los ojos. A orillas del alma, del cuerpo. La muerte se va haciendo muerte, madurando, hasta que un día se abre como un vientre adolescente, arado de caricias, sembrado de besos interiores, regado de sol, y de luna, y de aires machos. Entonces la muerte se emancipa y se marcha, a lo mejor a las estrellas, a lo mejor al mar, a lo mejor a ningún cielo. El hombre pierde la amistad con su propia muerte, se aleja de ella y se convierte en memoria. Y en la memoria nos pesa el padre, la madre, el hijo, o la novia de los ojos morenos.
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