Latinoamérica y parte de Europa sabe de dictaduras. Somos muchos los que llevamos en el alma huellas de botas infames. Se hicieron con el poder entre chorros de sangre y entre muertes se consolidaron. Surgían con pretextos infectos: hay que librar a la patria de políticos corruptos. Se han perdido los valores cristianos que conforman la nación. Hay de devolver el orden destruido por un pluralismo político sin justificación. Y se consolidaban bendecidos por la Iglesia católica que reconocía el esfuerzo por librar a los pueblos del comunismo ateo. España, Argentina, Chile, Uruguay y tantos otros hemos experimentado el dolor que arrastraremos por el resto de nuestras vidas.
Tras un golpe de estado, todos los países condenan el hecho, incluso aquellas potencias que ayudaron a su instauración. Poco a poco se relaja la falsa oposición y van reconociendo la legitimidad del nuevo régimen. Cuánta hipocresía internacional. Recuerden aquella famosa consideración atribuida a Kissinger: "Pinochet es un hijo de puta, pero es "nuestro" hijo de puta.
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