En su libro “Por qué no soy cristiano y otros ensayos”, Russell (Nóbel de literatura en 1950) dice que las grandes religiones son un freno para el conocimiento, y en buena parte las responsables de tantas guerras, y sistemas de opresión y miseria. Agnóstico convencido, y pacifista comprometido, Russell reconoce ciertos valores del cristianismo, como la pobreza evangélica, (aunque, recuerda: “unos franciscanos la pusieron en marcha, pero el Papa la condenó como herética”). A pesar de que veía contradicciones en los textos evangélicos, “las enseñanzas de Cristo, tal como aparecen en éstos, han tenido muy poco que ver con la ética de los cristianos”. Crítico indomable y opositor a la carrera armamentística nuclear y a la violencia, presidió el llamado Tribunal Russell (no estatal) que juzgó los crímenes de guerra de Vietnam.
Precisamente el 27 de octubre es el aniversario de Miguel Servet, médico y teólogo aragonés, quemado vivo en 1553, junto a su manuscrito y su libro, en la plaza Champell de Ginebra: era el primer mártir “hereje” a manos del protestantismo. Por sostener opiniones teológicas diferentes a las de Calvino. Parecía impensable que, con el derecho a la libertad de conciencia (uno de los pilares de la Reforma), pudiera surgir, en la otra orilla, otra nueva Inquisición. A Servet lo quemaron dos veces. Primero en Roma, tras huir de sus cárceles (se sospecha que detrás de aquella denuncia podría estar el propio Calvino): quemaron su efigie, junto a sus libros. Después en Ginebra. “Perseguir con las armas a los que son expulsados de la Iglesia y negarles los derechos humanos es anticristiano”, había escrito Calvino, entonces un perseguido, antes de instaurar en Ginebra, donde se refugió, su “dictadura espiritual”. El 17 de febrero de 1600 en la Plaza Campo de Fiori de Roma sería quemado el dominico Giordano Bruno por negarse a retractarse de sus convicciones científicas.
Russell reconocía que el cristianismo de su época era menos tajante. Pero “toda su moderación y racionalismo se debe a los hombres que en su tiempo fueron perseguidos”, es decir: “a las generaciones de librepensadores que, desde el Renacimiento hasta el día de hoy, han conseguido avergonzar a los cristianos de muchas de sus creencias tradicionales”. Cita los casos de Galileo, de Darwin, de Freud… combatidos por los cristianos ortodoxos. Y menciona el caso de una carta del papa Gregorio el Grande a un obispo, que comenzaba así: “Nos ha llegado el informe, que no podemos mencionar sin rubor, de que enseñáis la gramática a ciertos amigos”. El obispo, recuerda Russell, fue obligado a desistir de tan perniciosa labor.
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