Cuento moral navideño
Sucedió la víspera de Navidad. Preparaba el tradicional mensaje navideño que como presidente de la nación más poderosa del mundo debía pronunciar. Su misión consistía en infundir esperanza e ilusión a su pueblo, pues para eso había sido elegido. Lo principal era dejar bien clara la hegemonía de su nación. Con eso demostraría su capacidad para liderarla. De las decisiones políticas ya se encargaban otros.
Sabía bien que hasta el presente esa clase de mensajes se basaron siempre en la repetición machacona de los deseos profundos de felicidad que anidan en el alma de todo ser humano. Era necesario que así fuese para que millones de personas estuviesen dispuestas a creerlos. Lo de menos era que fuesen razonablemente creíbles. Bastaba con que fuesen deseables para que se escuchasen con deleite y fuesen dados por válidos y verdaderos. A menos, claro está, que algo muy evidente los desmintiera.
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