Cuento de Navidad
Escuchar los villancicos, me recuerdan los buenos momentos y las buenas historias...
En Ypres, la Noche de Navidad, hubo luna llena. La tierra helada refulgía con blancuzco resplandor. Normalmente aquella hora, en aquel sector importante del frente, la Tierra de Nadie se llenaba de figuras sombrías que corrían, unos en labor de reconocimiento, otros tratando de recuperar a sus heridos y a sus muertos.
Esporádicamente, los llanos y feos sembradíos de nabos de Flandes eran iluminados por luces de Bengala. Aquella noche, en cambio, una calma parecía flotar en el aire diáfano. Se advirtió una luz en el este, encima de las trincheras alemanas, demasiado baja para ser una estrella. Para la sorpresa de los ingleses nadie disparara contra ella.
Apareció entonces otra luz. Y luego otra. De pronto hubo luces a lo largo de las trincheras enemigas, hasta donde se alcanzaba ver. “¡Dios mío! ¡Los alemanes tienen árboles de Navidad!”, gritaron los británicos. Entonces, de una trinchera alemana a no más de 50 metros, el coro de voces de barítono jamás oído, empezó a entonar “Noche de Paz, Noche de Amor”.
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