Ayití deberán bautizarla los hermanos, volver al fuego original y comenzar de cero la siembra libertaria y necesaria. (Gabriel Impaglione)
La grandeza del pueblo haitiano se ha hecho latente en estos días de terror y muerte causado por el terremoto que sacudió la capital del país. Superando la desgracia, la población supo organizarse barrio por barrio, campamento por campamento creando ollas comunes para poder sobrevivir, y comités cívicos para protegerse tanto de los delincuentes que escaparon de las cárceles como de su propia policía, entrenada para reprimir a los más pobres.
Mientras el presidente René Preval entrega sumisamente el poder a los militares norteamericanos, y el alcalde de Puerto Príncipe, cuya zona metropolitana está destruida en 70 por ciento, expide decretos prohibiendo reconstruir ‘chabolas’ en vez de solucionar la distribución de la ayuda, el entierro de más de 200 mil muertos, el auxilio de 300,000 heridos y la creación de refugios para más de un millón y medio de damnificados, los haitianos con su espíritu de lucha indomable y de solidaridad se ingenian para salir adelante de esta tragedia cuyo origen provoca cada día más polémica.
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