En la profunda oscuridad de los ojos del lonko de Neltume se dibujaba una tristeza de siglos. Es como si llevara a cuestas el dolor de su pueblo en aquella mirada oscura, pero de una ternura tan abrumadora que desnudaba el alma y el corazón se te arremolinaba en la garganta, aunque no quisieras. Y uno no sabía si abrazarlo para pedirle perdón por todos los crímenes del Chile racista, o guardar un silencio de muerte hasta que las lágrimas brotaran solitas de pura pena. Pero, en su inmensa generosidad mapuche, aquel anciano nos regaló una sonrisa antigua y en ese mismo instante un choroy sobrevoló el cerro en un fulgente vuelo. Y yo pensaba en las noches estrelladas de aquel mapuche cordillerano y de sus padres y de sus abuelos, que habían vivido en la misma ruka oteando el lago añil. Y pensaba en los chilenos y en los colonos foráneos que, de a poco o de un solo golpe mortal, les habían arrebatado sus tierras. A sangre y fuego les declararon la guerra, porque les molestaba el olor a humo, no soportaban su orgullosa morenidad y no podían tolerar su indianidad.
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