José M. Castillo
Raro es el día que no nos llegan noticias que nos dan cuenta de la violencia de las religiones. Violencia de guerras, de atentados terroristas, de odios y actos humillantes relacionados con la religión. Pero hay una forma de violencia religiosa que se lleva la medalla de oro en todas las olimpiadas que organizan los dioses. Me refiero a la violencia de los que han sido calificados como “los guardianes del recato”. Se trata de la “policía” clandestina, que han organizado los judíos ultraconservadores en los asentamientos de Cisjordania, para velar por la pureza y la castidad más estrictas. La cosa llega hasta extremos increíbles, como es quemarle la cara con ácido a una niña de 14 años por el simple hecho de salir a la calle con pantalones (El País, 18, 08). Por la misma razón, los obispos de México han prohibido vestir una minifalda vaquera a las jóvenes católicas de sus diócesis. Y por un motivo similar, será muy raro ver a una joven musulmana jugar un partido de tenis, un deporte que no resulta fácil de practicar con el atuendo que su religión les exige a las mujeres.
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