Gerardo Fernández Casanova
La real educación del mexicano medio, la que se da en las calles, en la televisión y en la política, incita a la procuración del dinero a como dé lugar, no como una meta de bienestar honesto, sino como la llave de acceso al prestigio y al poder. Merece respeto, según esta escala de antivalores, quien posee un auto de lujo y del año; quien viste prendas de marca; el que acude a los restoranes caros acompañado de rubias despampanantes; el que vacaciona en las playas o en los esquiaderos de moda internacional; el que dispone del poder de su firma para comprar lo que se antoje, el que habita en una residencia sobreprotegida por mil alarmas en fraccionamientos resguardados. Si careces de tales calificaciones tendrás que zozobrar en el inframundo de la plebe (o la nacada dicen los hijos de los potentados). Si el joven afectado por esta pésima educación no tiene al papá rico que le ponga la mesa para su éxito, se verá muy tentado a emplear métodos menos ortodoxos para logarlo, incluida de manera especial la delincuencia.
En la misma vertiente, la tremenda lápida de frustración que significa la práctica incapacidad para alcanzar ese llamado éxito social, orilla a la juventud a la salida fácil de la enajenación y el consumo de drogas, lo que, a su vez, orilla a la necesidad de delinquir para hacerse de ellas, cuando la mesnada de papá no existe o es insuficiente.
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