El anticlericalismo visceral que anida en el alma del pueblo español y que tan a menudo se manifiesta en foros y debates debiera interpelar a las buenas gentes católicas. Debieran preguntarse honestamente, con ganas de saber, por la causa de ese odio, sin parapetarse tras la barrera fácil de la maldad ajena. Pero en lugar de eso, se cubren con el manto impermeable de la Madre Teresa y aguantan los chaparrones que les llegan con sin igual desprecio, o como mucho echando pelotas fuera mediante respuestas infantiles expresadas con delicadas maneras.
La ira, en cambio, no suele tener buenas maneras, pero sí profundas causas. Y esas causas son las que la buena gente católica no quiere abordar. Porque de hacerlo, de tomar en consideración la realidad y averiguar el porqué de tanto odio, ¿cómo podría seguir luego gozando en conciencia de los beneficios de todo orden que proporciona formar parte del pueblo escogido?
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