Discusión política en televisión. Un participante mostraba su asombro por el despliegue diplomático entorno a la visita del Cardenal Bertone, número dos del Estado Vaticano. “Hay que tener en cuenta –argumentaba otro tertuliano- que se trata de un Príncipe de la Iglesia”
Tenía razón. De un príncipe se trataba. Esa es la realidad escalofriante. La Iglesia tiene su Jefe de estado. Pedro el pescador, prójimo de olas azules, se ha convertido en Papa-Rey. Y los apóstoles, domadores de dudas, destinados al servicio de sus hermanos, forman hoy la corte de Cardenales-Príncipes, una casta superior diseminada por el mundo. Entre ellos está el heredero de esa jefatura suprema. Es la estructura-cúspide de una Iglesia que se dice heredera de Jesús de Nazaret, humilde hijo de María y José, de cuyas enseñanzas se autoproclama dispensadora única, en posesión monopolística de la verdad, fuera de la cual no hay salvación.
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