Hace ya años, allá por entre los sesenta y setenta, tuve ocasión de ver una colección de fotografías titulada “París visto por un perro”. Las fotos no eran nada del otro mundo; calles, papeleras, bancos, farolas... Pero el fotógrafo había hecho todas las tomas desde una altura no superior a la de un perro mediano, lo cual le daba una perspectiva inusual a lo cotidiano.
Ponerse a la altura del otro para tratar de ver las cosas como él las ve, no es lo corriente, sino un difícil ejercicio que apenas hace nadie porque encierra el riesgo de perder las ventajas que nos da la carencia de empatía. Pero es la condición necesaria para entender los puntos de vista, las opiniones, los sentimientos y las acciones ajenas.
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