Sin más apellidos que su muerte, que su dolor-hijo diecisiete años parido, que su alma vegetal como un helecho nevado. Se fue yendo despacio, apoyado el silencio en sus ojos dormidos. Lentamente muriendo, como se muere un amor original, el beso adolescente, el primer trago de vino y carne. Sin ruido, como la luz, la sonrisa o el roce del viento.
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