El siglo XXI tenía que ser místico, espiritual, profundamente humano, pero en su noveno año estamos todavía atascados al pie del Sinaí, adorando al “becerro de oro” −fuerza bruta y riqueza, superioridad, rango, clase, poderío, distinción social− sin haber alcanzado siquiera a entender aquello tan sencillo de «no matarás».
Los horrendos crímenes de Gaza debieran ser motivo más que sobrado para mover a reflexión a quienes proclaman identidades nacionales y religiosas. Éstos y los muchos que a diario se dan a lo largo del año con una crueldad que zarandea la conciencia de quienes todavía la conservan.
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