La guerra es el juego de los poderosos, es el gran vicio público que consiste en jugar con la vida de los pueblos en el que todo el mundo queda enredado. Todos tienen que vivir o morir. Pero la verdadera emoción del juego procede de “la suspensión de la conciencia”. En todo juego se ha de prescindir de las condiciones reales.
En la guerra uno supone que es, no sólo justo sino necesario matar. El gran sacrificio de la guerra no es tanto el sacrificio de vida cuanto la suspensión de la conciencia, que sin embargo, la mayor parte de la gente encuentra fácil y placentero con tal que todos lo hagan al mismo tiempo. Si hay alguna “necesidad” que impulse a los hombres a la guerra, es ésa. La suspensión de la conciencia en masa es una irresponsabilidad total, y se dedica a una sola tarea: “destruir al enemigo”.
El gran peligro de la guerra es precisamente esa necesidad universal de “inmoralidad masiva” que el juego de la guerra satisface tan plenamente. Así se expresa Thomas Merton, recordando a Lanza del Vasto sobre la profunda conexión entre juego y guerra.
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