Charles Darwin tuvo una idea grandiosa, posiblemente la más potente de todos los tiempos. Y como todas las grandes ideas es seductoramente simple. Tan asombrosamente simple, tan deslumbrantemente obvia, que aun si otros que le precedieron merodearon en su torno, ninguno dio en buscarla en el lugar adecuado.
Darwin tuvo muchas otras ideas (por ejemplo, su ingeniosa y en gran parte correcta teoría de la formación de los arrecifes de coral), pero es su gran idea de la selección natural, publicada en Sobre el origen de las especies, la que dio a la biología su principio-guía, una ley rectora que contribuye a dar sentido a todo lo demás. Entender su fría y maravillosa lógica es imprescindible.
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