Desde su mismo origen, la escuela representó esa pertinaz contradicción entre sostener como pilar un sistema rígido en manos de los sectores que sustentaban el poder económico y político con esa grieta constitutiva de otorgar herramientas a grupos lejanos y ajenos a la hegemonía de la Nación.
Cuando Carlos Skliar escribió que hubo algún momento en la historia “imposible de descifrar en el enmarañado del tiempo escolarizado, en el que la vida -nuestra vida, la vida de ellos y de ellas, la vida de los otros- escapó en sigilo de la escuela. Ignorada, traicionada y transformada en simulacro, la vida salió de la escuela. Nadie lo percibió. Y nadie parece haber reclamado absolutamente nada” se hermanaba con aquel Jauretche que garabateaba sabiamente la noción de la eterna rayuela, el tajante corte entre dos mundos que nos hacía andar por la vida con un pie sobre cada línea demarcada con tiza.
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