La globalización como etapa nueva de la humanidad y de la propia Tierra, no solamente ha puesto en contacto a las personas y a los pueblos entre sí, sino que también ha propagado por todo el mundo sus virus y bacterias, sus plantas y frutas, sus artes culinarias y modas, sus visiones del mundo y las religiones, inclusive sus valores y antivalores. Es propio de la naturaleza humana y de la historia, no como defecto sino como marca evolutiva, que seamos sapientes y dementes y, por eso, surgimos como seres contradictorios. De ahí que, junto a las dimensiones luminosas, que muestran el lado mejor del ser humano y por las cuales nos enriquecemos mutuamente, aparecen también las dimensiones sombrías, tradiciones seculares que castigan a sectores enormes de la población. Por esto, debemos ser críticos unos con otros, para identificar prácticas inhumanas que ya no son tolerables.
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