No será fácil tomar conciencia de que María Elena Walsh ha muerto. ¿Cómo hacerlo si su voz sigue acunando el sueño de nuestros hijos e hijas, nuestros nietos, nuestras nietas? Cómo, cuando la actualidad de sus palabras, sus rebeliones, de su universo y de su música la conservan siempre joven y al resto un poco más viejas. Algo de lo materno se ha ido con ella que educó a más de una generación y que también nos legó el placer al educar. Algo de madre, sí, pero no cualquier madre sino una que no tuvo más hijos que su obra; una madre poeta, lesbiana, feminista, música, artista. Una descripción un tanto guerrera para la señora burguesa que disfrutaba del té de las cinco y hablaba de ciertas cosas con ambigüedad controlada. Todo eso era María Elena y a lo que deja y a lo que se lleva le rendimos este homenaje coral que tampoco alcanza para despedirla porque hay despedidas que son, sencillamente, imposibles.
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